miércoles, 1 de febrero de 2012

¿A QUÉ JUGAMOS?






¿Qué necesitamos para alimentar nuestro ego, nuestras vanidades, nuestras inseguridades, nuestros miedos, nuestras obsesiones…? ¿Es recurrir a la mentira un acto legítimo de fagocitosis ególatra? ¿Quién sabe? Puede que sí….puede que no quede otra, pero, dispuestos a mentir ¿Sería esa la salida que tendríamos que emplear  los que no creemos en ella para ser más aceptados? ¿Deberíamos entrar en un bucle de mentiras donde únicamente serás mal visto cuando te pillen mintiendo y no el 100% del tiempo pensando que eres una persona rara o anormal?
Quizás haya cosas que me pillen demasiado desprevenida, pero quién sabe, es posible que yo también sepa jugar a ello…disfrazarme, jugar a ser alguien, parecer dulce, entregada, “virginal”, aparentar ser más cálida que apasionada…Según algunos, mi fallo principal es mi excesivo liberalismo. Pero mi dualismo es mi baza, soy una perra en mi vida personal, pero no hay quien me gane a protocolaria y correctísima en todo lo demás. Puedo ser la nuera que toda suegra desearía, puedo mantener una conversación sobre muchos temas ¿Por qué no empezar a fingir y a jugar?
Al fin y al cabo, es lo que hacen todos. Todos son infieles, todos mantienen conversaciones calientes, todos alimentan su empobrecido ego de una forma o de otra, e incluso algunos saben ocultarlo con gran maestría…Otros no.
Vamos, que es más que posible que mostrando mi esencia haya ido mostrando todas las cartas, dando cierta ventaja a quien yo no creía pero se ha convertido en mi adversario en un sádico juego donde la vanidad impera ante los sentimientos.
¡Vaya por Dios! Me resulta dantesco que los demás me tachen de rara cuando soy yo quien encuentra tan curiosa a la gente con esta manera de proceder, cuando no entiendo las normas del juego, cuando ni siquiera sé el significado de dicho juego tan mundialmente conocido.  No puedo decir que me fascine, no puedo decir que lo admire y tampoco sería sincera afirmando que me seduce, ya que en mi mundo, las palabras brotan de mi boca y de mis teclas formando una parte intrínseca de mi vida, y esas palabras no podrían ser mentira, porque las mentiras no desahogan, no escuchan, no consuelan…
Lo más importante…lo único que importa es seguir siendo yo pero…¿Hasta qué punto he sido yo? ¿Hasta qué punto no ha dominado mi vida el miedo también? ¿Hasta qué punto no soy tan culpable como los demás? ¿No es posible que, al fin y al cabo, todos estemos huyendo de lo mismo?